viernes, 20 de julio de 2007

Mi cama

Mi cama es horrible. Es el peor lugar del mundo. Sala de tortura de blandos algodones. La mayoría del tiempo que paso en ella estoy dormido, sin vida, desaprovechando cada segundo para finalmente despertarme sin recordar lo que he soñado. Vacía, blanca y paciente, permanece siempre dispuesta a recibirme y darme tormento con su quietud, contagiarme su apatía, dormirme en su seno. Así de cruel es mi perezosa cama.
No siempre que estoy en ella duermo, a veces paso horas –o al menos a mí me parecen horas– dando vueltas y agitando sus ruidosos muelles sin poder librarme de alguna idea obsesiva: algo que debo hacer, o que nunca debí decir, o algún rostro que no recordé a tiempo. Todas estas cosas y otras muchas me las susurra al oído la almohada para que gire atormentado y mis párpados se quedan abiertos toda la noche.
Pero si hay algo terrible, algo que me hace temer a mi cama, es su habilidad para entristecerme y recalcar que estoy solo. Mi cama se ensancha cada vez más rápido y los dibujos de las sábanas se combinan para representar tu rostro. Entonces mi cama se enfría y bebe ansiosa mis lágrimas hasta saciarse. Así de despiadada es ella.
Sólo hay un momento, un único instante, en el que me gusta mi cama y no desearía estar en ningún otro lugar: cuando tú, dulce y serena, duermes en ella.

miércoles, 11 de julio de 2007

Estereotipo


Crees a todos los hombres iguales:
marionetas que siempre te obedecen
deseando una noche de amor contigo.
No sé quién es de todos el más necio;
tú, que nos supones simples a todos,
o nosotros, que continuamente
te damos motivos para hacerlo.

jueves, 5 de julio de 2007

Anónimo

Beatriz sentía tanta rabia hacia él que nunca me dijo su nombre. Ella hacía el esfuerzo de poner muecas de enfado cada vez que hablábamos sobre él, pero si alguna vez había sentido calor en su pecho, era sin duda gracias a aquel joven, de barba cuidada y modales refinados. A él nunca más se le volvió a ver con ninguna otra dama.
Beatriz despertaba alegre cada mañana evocando aquella risa, el perfume que desprendía su cuello, y su voz, ronca y potente, como un trueno. Era tanta la pasión que en ella se desataba, que todas las mañanas acudía a su mesa y le escribía una carta encendida, llena de declaraciones de amor, capaces de conmover al amante más experto.
Todo se esfumó aquella tarde primaveral, cuando le vio salir de casa de Blanche, la maestra del pueblo, riendo a carcajadas junto a ella. Beatriz vio un sobrecito violeta, como los que ella usaba para enviar sus cartas, en la mano de su amado. Consumida por los celos, no volvió a dirigirle la palabra. No podía soportar la idea de que la traicionaba y se burlaba de ella con esa maestra.
Hace una semana fui a casa de Blanche. Me habló de la historia de un joven analfabeto, de aspecto culto y refinado, que iba cada día a su casa a perdirle que leyera las cartas de amor que recibía, a cambio de algunos francos. Recordaba que siempre estaban metidas en un sobrecito violeta. El joven se marchó del pueblo sin decirle a nadie a dónde iba. No quise preguntarle su nombre. Ella, tras haberse dado el placer de contar su cotilleo, cambió rápidamente de conversación, y comenzó a hablarme de un niño de la escuela que tenía piojos.

martes, 5 de junio de 2007

Batuka

Nuestras risas son

el sonido nervioso

de los tambores.

jueves, 24 de mayo de 2007

Nota de suicidio

Imagen robada de Nada Pára.

Te resultará extraño que me despida de este modo, pero, en el fondo, nunca hubo comunicación entre nosotros. Quizá esta nota sea lo que más te acerque a mí, por paradójico que parezca. No pretendo con ella dar más o menos pena, ni hacer sentirse culpable a nadie. Tan solo busco que se sepan los motivos que me llevan a cometer este último acto.
Llevo muerto desde siempre, mis primeros recuerdos ya me llevan a momentos en los que no me sentía vivir; y eso y estar muerto es casi lo mismo. Recuerdo cómo mi persona ha sido un depósito de desgracias ajenas, ya desde niño. Haz un esfuerzo y piensa en todas aquellas noches que me acostabas zarandeándome bruscamente del cuello y golpeando mi cabeza contra la almohada. Esa almohada que, de beber tantas lágrimas infantiles, creo que ha encogido un poco. No me acuerdo de por qué lo hacías, puede que en el fondo de tu alma deseases que mi cabeza fuese la de otra persona, y mi almohada un suelo durísimo o alguna pared. Puede que yo no fuese más que un sitio donde descargar tu ira. Puede que lo hicieses simplemente porque piensas que soy tuyo. Sí, lo piensas, no lo niegues. Aún hoy me lo demuestras con cada palabra que me diriges.
No te echo la culpa, no me malinterpretes, por favor. El problema, como ya he dicho, es que no me siento vivir. Nadie me ha mirado con ternura, ninguna chica ha reparado en mí, nadie me felicita cuando hago algún trabajo. Si tan solo alguna vez, sólo una, me hubiera sentido querido... Sé que tú me quieres, pero a tu modo, me quieres porque te pertenezco, me quieres del mismo modo que al coche, o al anillo que te quitas cuidadosamente cada vez que friegas los platos, con miedo de perderlo. Soy una pérdida que siempre podrás reemplazar, como ese anillo.
Papá, a diferencia de ti, es tan frío... Creo que si me fuera un mes de viaje no lo advertiría. Él nunca tuvo claro quién era yo, ni qué me gustaba, ni qué sentía. Para él no era más que alguien que ocupaba una plaza del sofá, una almohada gigante. Tiene un corazón enorme, que comparte con tantas personas, que a mí solo me llegan migajas. Pero tampoco quiero reprocharle nada.
Sólo quería dejar claro, que de este último acto que cometo, no hay ningún culpable. Que yo ya nací muerto, y mantener con vida un cadáver es cruel y antinatural. ¿Y quién mejor que yo mismo para poner fin a esta vida inútil?
Sé que te enfadarás, pero lo haces siempre que actúo, así que me queda el consuelo de que es la última vez que te enfadas conmigo.

Hasta siempre...

martes, 24 de abril de 2007

Timos

O'Brien se mostró aquel día más alegre que de costumbre, y es que no era para menos: había conseguido vender el coche más caro del concesionario, y muy por encima de su valor real. Nadie se lo explicaba, ya que este vehículo era tan difícil de vender, que todo el mundo le llamaba el Imposible. Podéis imaginar la alegría del vendedor cuando su cliente se decidió por aquella compra ¡Si hasta su jefe le felicitó! Pero lo que más le alegraba a O'Brien, no era haber conseguido deshacerse del Imposible, sino la comisión que iba a llevarse, porque daba la casualidad de que había gastado una fortuna en un telescopio, un capricho que tenía desde hace tiempo, y que había terminado con sus ahorros. Cuando lo vio subastado en Internet, tuvo que pujar fuerte por él, para que no se lo arrebatara una tal Julia, que también estaba interesada en comprarlo.
Necesitaba, por lo tanto, encajarle el Imposible a aquel esnob, y le resultó mucho más fácil de lo que pensó al principio. Sospechó, tras conversar brevemente con él, que le daría igual pagar una cantidad disparatada por un producto que le hubiera entrado por los ojos. Era lo que en el argot se llamaba un primo. Justamente lo que necesitaba, un gran primo.
Por su parte, Winston se sentía también muy feliz, se había comprado un cochazo. Ya se veía llegando al trabajo, con su flamante deportivo, ante sus compañeros boquiabiertos. Sería la admiración de todos, y todo gracias a un simple coche. Así era la gente. No le admirarían nunca por su habilidad para jugar al ajedrez, ni por su corazón generoso y amable, ni siquiera por sus esfuerzos diarios, que mantenían la empresa a flote. En cambio, aquel coche sería el centro de todas las conversaciones.
Normalmente no se hubiera comprado un capricho tan caro, pero, por suerte, acababa de salirle bien un negocio: había colocado un telescopio, por el doble de su valor, a un pringao que se dedicaba a la venta de automóviles.

domingo, 15 de abril de 2007

Fuera

Sin más, no quiero verte.
Recorro temeroso los escasos metros
que nos separan.
Tengo miedo de tí.

Eres relámpago, torbellino,
puntiagudo puñal,
reproche vengativo, violenta inquisición.
Eres cal viva, hiel,
la mirada vidriosa de un niño enfermo.
Eres enfado, rabia contenida,
ejército salvaje que sobre mí se lanza,
daga envenenada,
plomo fundido que sobre mi pecho se vierte.
No te basta con hacerme daño,
te gusta hacerme sentir culpable.
Eres la rosa envenenada que mis dedos pincha,
la pérfida conspiración de una bruja de cuento.

Me duele tu insistente presión,
tu voz en la distancia,
tu risa, tu mente toda,
el ruido de tus ya lejanos pasos,
me dueles tú y me duele tu visita.
No quiero verte, sin más.

sábado, 31 de marzo de 2007

Una broma pesada


Aquel 28 de Diciembre subí a casa alegre de no haber sido víctima de las crueles bromas de mis amigos. Recordaba cómo hicieron pasear desnudo a Germán por la estación de trenes durante una hora y me estremecía sólo con la idea de ser objeto de una inocentada así. Al abrir la puerta saludé a mi familia y me dirigí enseguida a la habitación donde vivíamos Luisa y yo. Digo que vivíamos allí porque pasábamos prácticamente encerrados en ese pequeño habitáculo todo el tiempo. Solo lo abandonábamos esporádicamente para comer o ir al cuarto de baño. Era nuestro mundo diminuto, donde sólo Luisa y yo teníamos cabida. Era perfecto.
Abrí la puerta ansioso por contarle a Luisa cómo había ido el día cuando vi una escena horrible. Su cabeza colgaba del techo atada a una cuerda. No había rastro de su cuerpo. No estaba en la habitación. Me quedé blanco, temblando mientras las lágrimas asomaban a mis ojos. Rompí a llorar amargamente y entonces escuché la voz de mi hermano que decía "¡Inocente!". Salí corriendo de allí. No podía ser. ¿Qué clase de persona gasta una broma así? Corrí todo lo rápido que podía. Atravesé el salón donde mis padres reían disimuladamente, con miedo de ser descubiertos. No podía ser. ¿Qué seres hacen eso? ¡Los odio! Corrí todo lo que puede hasta la plaza. Me detuve en la fuente porque necesitaba agua. Maldecí mientras todos me miraban extrañados y corrí más. Corrí, corrí, corrí hasta caer en la acera muerto de pena, dolor y cansancio ¡¿Por qué?! ¡Yo quería tanto a Luisa! ¡Era mi familia! ¡Cómo podían hacerme eso! Una señora me ayudó a levantarme de la acera donde yacía envuelto en lágrimas.

-Chiquillo, ¿qué te ha pasado?
-Han matado a Luisa, mi osito de peluche.

viernes, 23 de marzo de 2007

Sonite al existencialismo

¿Para qué vivir -me preguntaste preocupada-
si dudo de la realidad de nuestra existencia?
Busqué un motivo, una frase, una evidencia,
y no encontré razón que pudiera serte dada.

Te miré callado, con el alma consternada,
y te hallé esperando mi respuesta con paciencia.
Te besé, te abracé, te mimé con insistencia
y lloramos juntos hasta ver la madrugada.

En tus cabellos húmedos escuché una frase:
"Ahora sé que existo", y ya no dijiste más.
Susurro que hizo que a tus ojos me asomase

para ver la mirada que no olvidaré jamás.
- Amor, ¿qué es lo que ha hecho que tu opinión cambiase?
- Saber que aunque no exista siempre me recordarás.

martes, 13 de marzo de 2007

Espera dolorosa

Me duele de esperar,
la gente me arrolla,
el tiempo me inunda...
me aterra el retraso.

martes, 27 de febrero de 2007

Microrrelato

Al final, el elfo destruyó la espada.

martes, 20 de febrero de 2007

Otro meme

Recibo de José Joaquín López este meme, que espero que os resulte entretenido:

1. ¿Por qué comenzaste a escribir un blog?
Un día decidí, sin saber todavía por qué, que quería escribir. Escribir relatos cortos, quizá porque sea la forma de ser creativo que más cercana a mí sentía, y pensé que en lugar de llenar folios en blanco y cuadernos para que se pudriesen en un cajón podría publicarlos en Internet y así algunos podrían leer lo que yo escribiese. Podría compartir mi "producción".

2. ¿Sobre qué temas escribes? ¿Por qué?
Sólo escribo relatos, porque el motivo que impulsó la creación de este blog es el que he comentado antes. A veces también escribo memes, como éste.

3. Si la gente dejara de leerte y comentar, ¿seguirías escribiendo?
No lo sé, en el fondo los comentarios ayudan a que se publiquen cosas, te sientes comprometido con la gente que lee el blog.

4. ¿Crees que al escribir un blog debe seguirse algún tipo de ética?

Internet es un medio amplio, donde se tienen acceso a contenidos de todo tipo, así que cada blog tratará sobre temas que interesen al autor y lectores del blog y por lo tanto, no habría más ética que la que autor y lectores compartan, pero por supuesto, creo que si en un blog apareciera algo como pornografía infantil, por ejemplo deben tomarse medidas legales.

5. ¿Crees que formas parte de una comunidad? ¿Por qué?
La propia Internet es una comunidad de usuarios, luego sí. Desde el momento en el que se comparten contenidos de cualquier tipo y en cualquier medio se establece una comunidad, en el sentido de compartir algo común, de comunicación.

6. ¿Tienes algún grupo cercano de blogueros con el que te podrías poner de acuerdo para lograr algo?
Supongo que sí, todos los que me leen son blogueros y lógicamente a todos los que leo yo. Esta relación de lectura-escritura implica que hay puntos en común que nos harían ponernos de acuerdo para lograr algo si se diera el caso.

7. ¿Crees que los blogs van a cambiar/están cambiando algo en la sociedad/mundo político/etc.?
No, la repercusión social de los blogs es mínima, cada día se crean y destruyen montones de ellos, y su repercusión siempre se limita al público que visita dichos blogs.

8. ¿Qué te gustaría poder hacer dentro de la red para profundizar lo que haces con el blog y por qué? ¿Podcast/videocast, comunidades, wikis, redes sociales,etc.?
Estoy satisfecho con haberme promocionado mediante los directorios de blogs y comentando en los blogs que me gusta leer. No me parece necesario hacer más.

Como esto de pasar memes, resulta siempre comprometido (no sabes quién quiere hacerlos, si supondrá molestia o agrado), dejo ésto a vuestra elección: todos aquellos que decidáis hacer el meme, dejadme un comentario avisándome de que lo habéis hecho, para que lo pueda cotillear :p.

jueves, 15 de febrero de 2007

Vapor

El día que se evaporó la humanidad, yo salía de la tetería saboreando una galleta de coco. El ambiente se volvió sofocante, y de repente, de una forma muy lenta, todo se convirtió en vapor. Desaparecieron las casas, los grandes rascacielos del centro, los libros, cuadros y esculturas; desparecieron los poemas, canciones y romances, los petroleros, las cartas de amor de los quinceañeros, las estaciones de tren, las partituras de bellísimas canciones y la humanidad toda desparecieron vaciando el mundo de guerras, hambre e injusticias.
Lejos de asustarme, me sentí profundamente relajado, pues la visión fue espectacular. Siempre soñaba que el mundo se resquebrajaba tras un fuerte estrépito que causaba llantos y pánico, pero esta visión del mundo convertido en vapor era sublime, era perfecta.


De pronto caí en la cuenta de que me hallaba solo en mitad de una llanura desierta, así que decidí caminar en busca de un sitio donde guarecerme. La tarde cedía paso a una noche fría y yo me hallaba en mitad de una tierra árida donde la naturaleza apenas acababa de comenzar su reconquista, así que debía apresurarme y encontrar un lugar donde hubiese comida, refugio y alimentos, y debía hacerlo lo antes posible. Me decidí a caminar hacia el oeste, más por azar que por intuición y reparando sorprendido en el hecho de que mi ropa se hubiera escapado de la vaporización del mundo.
Dos horas más tarde, encontré a lo lejos a alguien que al igual que yo caminaba rápido hacia el oeste, así que decidí aproximarme. Era un chico de mi edad más o menos, con el pelo negro y rizado. Una pequeña perilla asomaba debajo de su labio inferior causando la sensación de ser una sombra diminuta en su cara, una sombra proyectada por su propio rostro para adornarse.

-Hola, -me dijo- al fin se cumplió la maldición.

Pensé que tenía la peor suerte del mundo, que para un superviviente que encontraba resultaba ser un chiflado.

-Resulta extraño que ni siquiera te preguntes qué ha sucedido, Jorge. Nunca dejas de sorprenderme.
- ¿Cómo conoces mi nombre? - Resulta que el chiflado me conocía, las cosas iban de mal en peor, ahora pretendería que me tragase aquella historia de la maldición.
- Eso no viene al caso, Jorge -me miraba muy seriamente-. Lo que importa ahora es que sepas el porqué de lo que ha sucedido -Algo en él captaba mi atención, pensé que podría tener razón porque realmente no actuaba como un loco y yo acababa de ver cómo se evaporaba el mundo, luego no era el mejor momento para ponerse en plan escéptico-. La historia comienza en el siglo XV cuando Isabel fue desterrada de su ciudad, debido a sus prácticas de magia, ya sabes, adivinación, pociones, curas para enfermedades y toda esa mierda. Isabel, despechada por haber sido alejada de su amante, se vengó maldiciendo a la humanidad. Todos los hombres y sus creaciones se convertirían en vapor tras pasar seiscientos años, salvo aquellos que amasen de verdad a alguien.
-Eso no tiene sentido -increpé-. Yo no me he evaporado y no estoy enamorado de nadie. No son más que tonterías.
-No, tú no te has salvado por eso, Jorge. Tú te has salvado porque te amo yo a tí. De ahí que conozca tu nombre. Nos conocimos en el cumpleaños de Alberto, el de tu instituto. Yo iba con él a clases de inglés y me invitó, desde ese día no he dejado de pensar en tí.
-Aún no me lo termino de creer, no tengo palabras. -Sollozé con voz temblorosa. Después, un gran silencio se abrió entre nosotros- ¿Y ahora qué? -pregunté finalmente-.
-No lo sé. Si quieres, ven conmigo, tal vez encontremos a más gente como nosotros, no sé. Me encantaría que vinieras conmigo, pero eso depende de tí.

Decidí acompañarlo, después de todo me había salvado la vida, no tenía derecho a abandonarle así, sin haberme esforzado en conocerlo siquiera.
Seis meses tardé en comprenderlo, no permanecí en el mundo porque Carlos me amase, sino porque yo, aun sin saberlo, le quería tanto como él a mí. La maldición de Isabel consistía en eso, sólo aquellos que amasen a alguien evitarían el destino de convertirse en vapor y yo era uno de esos seres afortunados.
Llevo doce años viviendo con Carlos en Ciudad Isabel. Las pocas personas que tenemos la suerte de conocer el amor nos agrupamos y construimos esta nueva ciudad donde de nuevo se escuchan cuentos, poemas, canciones. De nuevo la gente vuelve a crear y a construir el mundo, pero esta vez todos estamos enamorados.

martes, 6 de febrero de 2007

El día que todos se convirtieron en televisores

El despertador sonó a las ocho menos cuarto, como llevaba haciendo de lunes a sábados durante los últimos dos años, y Nacho arrojó hacia arriba con fuerza el edredón de su cama mientras dejaba escapar un gran bostezo.
Tras tomar una ducha rápida y un café que tenía hecho desde la noche anterior, Nacho salió de casa con el mismo sueño de siempre, preparado para pasear por las misma calles de siempre, para coger el autobús de siempre que le dejaría en la entrada de la empresa. Lo que realmente no esperaba ver era lo que se encontró nada más salir del portal. Una madre caminaba junto con su hijo, de unos siete años de edad. Ambos tenían un televisor en el lugar donde debía estar su cabeza, en el de la madre podía verse un magazine matinal, donde una chica de treinta y cinco años con un cutis excelente hablaba sobre las ventajas de la leche de soja, en el del hijo podían verse dos personajes de dibujos animados enzarzados en una violenta pelea. Nacho no daba crédito a lo que estaba viendo, debía tratarse de un disfraz, probablemente el colegio del chico hiciese una fiesta, pero aún así era un disfraz muy raro. No tardó en encontrarse con Félix, su antiguo compañero del equipo de baloncesto. Félix llevaba un traje italiano y en lugar de su cabeza llevaba un televisor en el que podían verse unas letras blancas sobre fondo azul con los resultados de la bolsa, agitaba el brazo saludando a Nacho. Nacho restregaba sus ojos con fuerza, no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Su expresión reflejaba pavor. Acababa de ver a un joven de unos quince años, en su pantalla se veía una película erótica, una chica de unos veinte llevaba un videoclip, todos, absolutamente todos llevaban su televisor sustituyendo a la cabeza, cada uno emitiendo un programa distinto. Nacho corrió asustado, quería verse en un espejo, quería comprobar qué tenía él en lugar de su cabeza, no podía creer lo que estaba pasando. Al girar la esquina se paró frente a un escaparate donde pudo ver reflejada su cara. Su cabeza seguía allí, nada la sustituía. Nacho la palpaba con sus dos manos, soltando un suspiro de alivio. Vio venir por el reflejo del escaparate a Marcelino, su vecino de arriba, que también mantenía la cabeza en su sitio. Marcelino se acercó a él diciéndole:

- Tranquilo, Nacho, no te preocupes. La televisión corrompió sus mentes y les ha transformado en lo que ves. Pero tú tranquilo, los que no nos dejamos influenciar quedamos a salvo.

Nacho continuó camino de la parada de autobús, ¡era todo tan extraño! No podía haber ocurrido algo tan irracional, las cabezas no se transformaban en televisores. No podía aceptar lo que Marcelino había dicho. De repente oyó pasos avanzando cada vez más rápido hacia él, los individuos con cabeza de televisores le perseguían, como si quisieran atacarle. Nacho corrió todo lo rápido que pudo, todo lo que sus piernas le dejaban correr. Comenzó a escucharse un sonido, como el de una campana que hacía ¡Ring, ring! El sonido se repetía cada cinco segundos, ¡Ring, ring! Nacho comprendió y abrió los ojos, el sonido lo hacía su despertador. Todo había sido una horrible pesadilla. Arrojó hacia arriba con fuerza el edredón mientras bostezaba y se encaminó hacia el baño para darse una ducha rápida. Cuando se miró al espejo vio que en lugar de cabeza tenía un televisor, un televisor emitiendo una serie policíaca.

lunes, 29 de enero de 2007

Paseo por Alcalá


Sólo es otra tarde de invierno, como tantas otras en Alcalá de Henares, y como tantos otros complutenses me hallo caminando por la Plaza de Cervantes. Allí la gente camina cabizbaja, envuelta en sus abrigos de paño. Sentados en la estatua que se alza en medio de la plaza en honor a Miguel de Cervantes, se encuentran dos chicos jóvenes que parecen no sentir el frío que envuelve al resto de la ciudad sumiéndola en un clima de depresión y oscuridad. Todo es frío, todo silencio y niebla, de vez en cuando se deja ver algún cartel en la ciudad con la silueta de Cervantes. Ya he atravesado la plaza y mis músculos aún no se han acostumbrado a este dichoso frío, me traspasa, lo noto en las costillas y me duelen las orejas como si cien agujas de hielo estuvieran penetrándolas. Por fin me hallo en la calle Mayor, una enorme calle asoportalada que en otro tiempo había servido como zona de residencia a los judíos de la ciudad. En uno de sus bancos me encuentro sentados, como no, a Don Quijote y Sancho, otra vez Cervantes, otra vez el Quijote, constantemente la misma idea. Es como si el único personaje ilustre de la ciudad hubiera sido Cervantes y la única obra que éste hubiera escrito hubiese sido el Quijote. Víctima del desconocimiento de su propia ciudad, el Ayuntamiento bombardea las retinas de residentes y visitantes con numerosos carteles que nos muestran las siluetas del ingenioso hidalgo montado a caballo en compañía de su tragón escudero, o la del escritor insignia de las letras castellanas, de pie, empuñando una pluma. Ya no hay hueco en nuestra memoria para Quevedo, Antonio Nebrija, el Cardenal Cisneros, Manuel Azaña ni el resto de personajes célebres que pisaron tus calles, Alcalá. Tampoco ya nadie parece acordarse de las otras obras de Cervantes, nuestro demente caballero se ha tragado una por una, página a página, sin miedo a indigestarse, todas las novelas, entremeses y demás obras que el "Manco de Lepanto" escribió.

Mi ciudad, mi preciosa ciudad, ciudad de putas, monjas y estudiantes. Al menos eso has sido siempre, hasta hoy, una ciudad de putas, monjas y estudiantes. Ahí es donde estaba tu belleza, no sólo en la fachada de la universidad, ni en los edificios de la época cervantina, ni en los hechos históricos que entre tus muros se vivieron. Puedo imaginarte en siglos pasados, con otro complutense paseando, como yo, mientras escucha las canciones que tus estudiantes, seguramente borrachos, cantaban a gritos, y alzándose ante sus ojos, todos juntos, uno al lado del otro los conventos de la ciudad. Pero las cosas ahora son distintas, las chicas ya no quieren ser monjas y ya sólo te quedan las putas y los estudiantes. Las primeras con mucha más reputación que buena parte de los segundos.
Sumido en estos pensamientos ya he salido del casco antiguo, bordeo una facultad cuya biblioteca está llena, los jóvenes salen malhumorados del edificio porque se quedaron sin sitio para estudiar. No es que la gente que haya dentro estudie, ni mucho menos, lo que ocurre es que así los chicos y las chicas pueden pasarse la tarde mirándose, coqueteando, saliendo a dar paseos interminables mientras su mesa de la biblioteca permanece ocupada, con su carpeta colocada encima. Cuántas cosas han cambiado aquí, en tiempos pasados Antonio Nebrija faltaba a su cátedra en la universidad sin escusa ninguna,hoy lo hacen los alumnos, nada es ya como antes.
Por fin he conseguido acostumbrarme a este frío, miro por entre los cristales de los bares, los hombres juegan a las tragaperras, con sus dos manos sobre la máquina y un pitillo entre los labios. Como yo, hay otros caminantes, cruzamos todos sin mirar, no sé si por exceso de confianza en los conductores o por menosprecio a nuestra seguridad, y la verdad, prefiero continuar ignorándolo. Sorteo el cerco de vómito que alguien dejó sobre la acera anoche y doblo la calle. Noto los cuádriceps entumecidos, buena señal, eso es que estoy cerca de casa, abandono mis pensamientos sobre la ciudad y una ligera sonrisa asoma a mis labios, a mi mente vienen ahora imágenes de una chica guapísima, pintando sus labios de un rojo muy intenso frente al espejo del baño, tiene unos labios preciosos, carnosos, me encanta la imagen, así que mientras cuelgo mi abrigo en la percha decido que tengo que hacer un post sobre esta chica, sí, algún día postearé sobre la chica de labios rojos y carnosos.

viernes, 26 de enero de 2007

Meme: 5 cosas que probablemente no sepas sobre mí.

Srdgato me pasa este meme, que es bien curioso. Ahí van las cinco cosas que probablemente no conozcáis.
1. Tengo veintiún años.2. No me gusta nada el deporte. Ninguno, desde el ajedrez al baloncesto, no me gusta ni practicarlo ni verlo por la televisión. No soy nada deportista.
2. Me gusta llevar ropa interior extravagante. Con dibujitos, o de colores llamativos.
3. Odio el invierno. Me gusta que haga calor, cuanto más mejor.
4. Soy una persona muy tímida, me cuesta mostrarme como soy.
5. Adoro el café, creo que incluso soy un poco adicto.

Bueno, ahora mando este meme a sakkarah, argonauta, capitan pescanova, el_vania, Francisco Palacios y scarlett.

domingo, 14 de enero de 2007

La primera cita III

Marta descendió del autobús abriéndose paso entre dos ancianas que tapaban la puerta del vehículo y se dirigió hacia la entrada del hospital. Frente a las puertas de vidrio del edificio se amontonaban pequeños grupos de personas que fumaban y conversaban en voz baja, como desganados, amedrentados por el frío y la niebla, frío y niebla que a pesar de su intensidad no lograban interrumpir la salida de nuevos fumadores al exterior. Cuando se aproximó a la entrada, las puertas de vidrio se abrieron y penetró en un recibidor de gran tamaño en cuyo final se encontraba un mostrador con un ordenador y detrás de éste dos puertas sobre las cuales se hallaban fijos grandes carteles indicando la situación de las salas del hospital: cafetaría, sala de extracciones, etc. Marta se detuvo frente al mostrador, y tras un corto período de espera vio aparecer a un celador que se sentó y le dio los buenos días.

-Buenos días -dijo Marta-. La habitación de Jordi González Miralles, por favor.
-González Miralles -susurraba el celador mientras tecleaba en el ordenador-. Jordi González Miralles, habitación 315.

Marta entró por la puerta situada a la izquierda del mostrador y se dirigió a un pequeño pasillo en el que se hallaban dos ascensores, y tres máquinas expendedoras de refrescos, café y comida. Se detuvo junto a otras diez personas, aproximadamente para esperar al ascensor. Cuando finalmente llegó, no pudo entrar en la cabina del mismo, debido a la marabunta de gente que se precipitó al interior de éste y hubo de esperar a que llegase el segundo. Una vez llegó a la tercera planta del hospital rápidamente localizó la habitación 315 junto a un carrito lleno de bandejas de comida con sus características tapas de color azul. Marta pasó sintiendo un nudo en su estómago y sin saber muy bien cómo reaccionar.

-Buenos días, Marta. -Jordi la saludaba desde la cama, con una gran sonrisa- Te prometo que ésta es la última vez que llego tarde a una cita.

Los padres de Jordi, que se hallaban sentados en sendas sillas, uno a cada lado de la cama, dejaron sola a la pareja tras presentarse y saludar a Marta.

- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Marta con cara de preocupación- Me quedé muy preocupada cuando me llamaron del hospital.
- Al cruzar por la avenida de Ramón y Cajal, en la esquina con la calle San Esteban un coche se saltó el semáforo y me atropelló. El conductor estuvo aquí ayer, vino a disculparse. -en su rostro se notaba un gran enfado-. Pienso poner una denuncia de todas maneras.
- Sabía que algo había pasado, era muy raro que ni siquiera contestaras al móvil. ¿Pero qué te has hecho? ¿Ha sido muy grave?
- El choque me rompió dos costillas y perdí el conocimiento por el golpe. Me han operado para recostruir las costillas, por eso sigo ingresado, pero no te preocupes, mañana me darán el alta.

Marta miraba a Jordi con lo ojos vidriosos y una expresión mezcla de alegría y tristeza. Había pasado una noche llena de preocupación, convencida de que algo malo había pasado, hasta que a las ocho de la mañana la secretaria del hospital llamó a su teléfono explicándole lo ocurrido. Por fin había pasado todo, Marta se acercó hasta a Jordi y muy despacito, con ternura, temerosa de no dañarlo le dio un gran beso.

sábado, 6 de enero de 2007

Bailar contigo

A veces escucho una canción bonita y me imagino que bailamos juntos, mirándonos a los ojos, sonriéndonos, partícipes de una comprensión que no precisa de palabras. Sabiendo que bailaremos otras veces de la misma forma, pero que cada vez que lo hagamos será diferente, ni mejor ni peor, diferente. Me gustaría contártelo, decirte que paso la vida imaginando bailar contigo, reír contigo, hablar contigo, pero tengo miedo. No miedo de perderte, sino de que sepas la verdad. Es una verdad celosamente guardada, tan secreta como nuestros bailes. Tan intensa como las canciones que bailamos. Tan triste como el último compás. A veces escucho una canción y me imagino que bailamos juntos.

martes, 2 de enero de 2007

El extraño caso del inspector Mendieta.

El inspector de policía Julio Mendieta, aparcó su coche en el número veintitrés de la calle Oslo y descendió de su vehículo acompañado por Manuel Torres, compañero suyo desde hacía cinco años, cuando le trasladaron al cuartel donde estaba ahora trabajando como inspector.

- ¿No es ésta la calle donde vivía el comisario?- Preguntó a Torres
- Pues me parece que sí, en fin, vamos a ver qué tenemos en el piso de ese canalla.

La pareja estaba investigando un caso de homicidio, al parecer se acusaba a Raimundo Fernández, jardinero de sesenta y tres años, de haber asesinado a su esposa, Eugenia Sanchís, presa de un ataque de celos.

Mendieta levantó el cordón policial que cruzaba la puerta del piso donde residía el matrimonio, y accedió a un recibidor de pequeño tamaño con un pequeño mueble coronado por un espejo, un perchero del que colgaban tres largos abrigos y un paragüero. El recibidor daba paso al salón donde los policías se detuvieron. Al parecer, el cadáver de Eugenia había sido hallado en aquella estancia. Sobre una mesa de madera rodeada por seis sillas se podían ver varias fotos de la pareja. Mendieta cogió una y se detuvo a mirarla.

- Me suena esta cara, Torres, tengo la impresión de haberlo visto en alguna parte.
- No sé en qué lugar habría podido coincidir un jardinero de sesenta y tres años contigo -replicó Torres con un semblante más serio de lo habitual- te pasas el día trabajando o viendo a Maica.
- No seas exagerado, Torres. Es cierto que últimamente nos pasamos todo el tiempo juntos, pero es que tenemos mucho agobio, ya sabes, tenemos que organizar nuestra boda.

Estaba seguro de haber visto antes a aquel hombre, pero no podía recordarlo. Mendieta se dirigió al baño y empezó a registrar un botiquín buscando algo que no logró encontrar, seguidamente comenzó a registrar los cajones del mueble del lavabo y comenzó a mirar por todas las habitaciones cada vez más apresuradamente.

- ¿Qué buscamos?- dijo Torres.
- Insulina, jeringas, agujas, cualquier cosa así. Eugenia Sanchís era diabética así que es extraño que en la casa no haya nada de eso, ¿no crees?
- ¿Era diabética?
- Claro, ¿no recuerdas? Según parece su marido cambió la insulina por veneno, fue así como murió.

Mendieta registró el armario de la habitación de matrimonio y observó todas las prendas, su semblante se mostraba aún más serio que antes.

- ¡Qué extraño! Raimundo Fernández era jardinero y no encuentro ningún mono de trabajo en su armario. Además, todo lo que hay aquí son trajes italianos, no parece la ropa que suelen vestir los jardineros.

La reacción de su compañero en esta ocasión se limitó a un encogimiento de hombros, así que Mendieta volvió al salón donde se detuvo pensativo y comenzó a pasear por la habitación desde un extremo hacia otro, como en las películas de detectives.

- Si no hay insulina, ni ropa de jardinero, ni veneno, sólo puedo llegar a una conclusión- dijo finalmente- ésta no es la casa de Raimundo Fernánadez. Alguien nos ha dado esta dirección y ha colocado las fotos sobre la mesa del salón, pero por qué iban a hacer eso. En la comisaría deben tener el domicilio correcto de Fernández, voy a llamar a...

Antes de que pudiera terminar la frase, Torres le agarró ambos brazos y le colocó unas esposas. Encañonado con una pistola lo obligó a sentarse en una silla, donde ató sus brazos y cuello al respaldo de la misma, impidiendo todo movimiento.
- ¿Pero qué pasa?- preguntó Mendieta, asustado- ¿Qué coño está pasando aquí, Torres? ¿Por qué me haces esto?
- ¡Calla inspector!- contestó Torres en un tono seco y autoritario.

Mendieta podía escuchar como cada vez entraban más personas a la habitación situándose detrás de la silla donde se encontraba, lo cual lo asustaba aún más. No podía girarse a verlos porque tenía los brazos y el cuello atados al respaldo de la silla. Ahora acababa de recordar de qué le sonaba la cara de Raimundo Fernández, era el agente Ortega, pero estaba maquillado y con una peluca para que pareciese un hombre mayor y canoso. cada vez estaba más confuso.

-¿Quiénes son esos? ¿Qué me vais a hacer? ¿Ortega también está metido en esto? -su voz cada vez era más nerviosa.
- ¡He dicho que te calles ya!- contestó Torres furioso.

De repente una música comenzó a sonar y por la puerta situada en frente de Mendieta entró una joven vestida con uniforme de policía. Mendieta no la conocía, no la había visto nunca en comisaría. La mujer llevaba el uniforme más ceñido de lo habitual, marcando unas perfectas curvas. Le desató el cuello de la silla bailando a ritmo de la música, lo cual, dejó aún más perplejo al inspector, al girarse vio a todos sus compañeros de comisaría que gritaron al unísono.

- ¡Feliz despedida de soltero, inspector Mendieta!
- ¡Mierda casi me muero del susto!- dijo tras soltar una carcajada- ¡Os dije que no contrataseis a ninguna stripper!