lunes, 29 de enero de 2007

Paseo por Alcalá


Sólo es otra tarde de invierno, como tantas otras en Alcalá de Henares, y como tantos otros complutenses me hallo caminando por la Plaza de Cervantes. Allí la gente camina cabizbaja, envuelta en sus abrigos de paño. Sentados en la estatua que se alza en medio de la plaza en honor a Miguel de Cervantes, se encuentran dos chicos jóvenes que parecen no sentir el frío que envuelve al resto de la ciudad sumiéndola en un clima de depresión y oscuridad. Todo es frío, todo silencio y niebla, de vez en cuando se deja ver algún cartel en la ciudad con la silueta de Cervantes. Ya he atravesado la plaza y mis músculos aún no se han acostumbrado a este dichoso frío, me traspasa, lo noto en las costillas y me duelen las orejas como si cien agujas de hielo estuvieran penetrándolas. Por fin me hallo en la calle Mayor, una enorme calle asoportalada que en otro tiempo había servido como zona de residencia a los judíos de la ciudad. En uno de sus bancos me encuentro sentados, como no, a Don Quijote y Sancho, otra vez Cervantes, otra vez el Quijote, constantemente la misma idea. Es como si el único personaje ilustre de la ciudad hubiera sido Cervantes y la única obra que éste hubiera escrito hubiese sido el Quijote. Víctima del desconocimiento de su propia ciudad, el Ayuntamiento bombardea las retinas de residentes y visitantes con numerosos carteles que nos muestran las siluetas del ingenioso hidalgo montado a caballo en compañía de su tragón escudero, o la del escritor insignia de las letras castellanas, de pie, empuñando una pluma. Ya no hay hueco en nuestra memoria para Quevedo, Antonio Nebrija, el Cardenal Cisneros, Manuel Azaña ni el resto de personajes célebres que pisaron tus calles, Alcalá. Tampoco ya nadie parece acordarse de las otras obras de Cervantes, nuestro demente caballero se ha tragado una por una, página a página, sin miedo a indigestarse, todas las novelas, entremeses y demás obras que el "Manco de Lepanto" escribió.

Mi ciudad, mi preciosa ciudad, ciudad de putas, monjas y estudiantes. Al menos eso has sido siempre, hasta hoy, una ciudad de putas, monjas y estudiantes. Ahí es donde estaba tu belleza, no sólo en la fachada de la universidad, ni en los edificios de la época cervantina, ni en los hechos históricos que entre tus muros se vivieron. Puedo imaginarte en siglos pasados, con otro complutense paseando, como yo, mientras escucha las canciones que tus estudiantes, seguramente borrachos, cantaban a gritos, y alzándose ante sus ojos, todos juntos, uno al lado del otro los conventos de la ciudad. Pero las cosas ahora son distintas, las chicas ya no quieren ser monjas y ya sólo te quedan las putas y los estudiantes. Las primeras con mucha más reputación que buena parte de los segundos.
Sumido en estos pensamientos ya he salido del casco antiguo, bordeo una facultad cuya biblioteca está llena, los jóvenes salen malhumorados del edificio porque se quedaron sin sitio para estudiar. No es que la gente que haya dentro estudie, ni mucho menos, lo que ocurre es que así los chicos y las chicas pueden pasarse la tarde mirándose, coqueteando, saliendo a dar paseos interminables mientras su mesa de la biblioteca permanece ocupada, con su carpeta colocada encima. Cuántas cosas han cambiado aquí, en tiempos pasados Antonio Nebrija faltaba a su cátedra en la universidad sin escusa ninguna,hoy lo hacen los alumnos, nada es ya como antes.
Por fin he conseguido acostumbrarme a este frío, miro por entre los cristales de los bares, los hombres juegan a las tragaperras, con sus dos manos sobre la máquina y un pitillo entre los labios. Como yo, hay otros caminantes, cruzamos todos sin mirar, no sé si por exceso de confianza en los conductores o por menosprecio a nuestra seguridad, y la verdad, prefiero continuar ignorándolo. Sorteo el cerco de vómito que alguien dejó sobre la acera anoche y doblo la calle. Noto los cuádriceps entumecidos, buena señal, eso es que estoy cerca de casa, abandono mis pensamientos sobre la ciudad y una ligera sonrisa asoma a mis labios, a mi mente vienen ahora imágenes de una chica guapísima, pintando sus labios de un rojo muy intenso frente al espejo del baño, tiene unos labios preciosos, carnosos, me encanta la imagen, así que mientras cuelgo mi abrigo en la percha decido que tengo que hacer un post sobre esta chica, sí, algún día postearé sobre la chica de labios rojos y carnosos.

viernes, 26 de enero de 2007

Meme: 5 cosas que probablemente no sepas sobre mí.

Srdgato me pasa este meme, que es bien curioso. Ahí van las cinco cosas que probablemente no conozcáis.
1. Tengo veintiún años.2. No me gusta nada el deporte. Ninguno, desde el ajedrez al baloncesto, no me gusta ni practicarlo ni verlo por la televisión. No soy nada deportista.
2. Me gusta llevar ropa interior extravagante. Con dibujitos, o de colores llamativos.
3. Odio el invierno. Me gusta que haga calor, cuanto más mejor.
4. Soy una persona muy tímida, me cuesta mostrarme como soy.
5. Adoro el café, creo que incluso soy un poco adicto.

Bueno, ahora mando este meme a sakkarah, argonauta, capitan pescanova, el_vania, Francisco Palacios y scarlett.

domingo, 14 de enero de 2007

La primera cita III

Marta descendió del autobús abriéndose paso entre dos ancianas que tapaban la puerta del vehículo y se dirigió hacia la entrada del hospital. Frente a las puertas de vidrio del edificio se amontonaban pequeños grupos de personas que fumaban y conversaban en voz baja, como desganados, amedrentados por el frío y la niebla, frío y niebla que a pesar de su intensidad no lograban interrumpir la salida de nuevos fumadores al exterior. Cuando se aproximó a la entrada, las puertas de vidrio se abrieron y penetró en un recibidor de gran tamaño en cuyo final se encontraba un mostrador con un ordenador y detrás de éste dos puertas sobre las cuales se hallaban fijos grandes carteles indicando la situación de las salas del hospital: cafetaría, sala de extracciones, etc. Marta se detuvo frente al mostrador, y tras un corto período de espera vio aparecer a un celador que se sentó y le dio los buenos días.

-Buenos días -dijo Marta-. La habitación de Jordi González Miralles, por favor.
-González Miralles -susurraba el celador mientras tecleaba en el ordenador-. Jordi González Miralles, habitación 315.

Marta entró por la puerta situada a la izquierda del mostrador y se dirigió a un pequeño pasillo en el que se hallaban dos ascensores, y tres máquinas expendedoras de refrescos, café y comida. Se detuvo junto a otras diez personas, aproximadamente para esperar al ascensor. Cuando finalmente llegó, no pudo entrar en la cabina del mismo, debido a la marabunta de gente que se precipitó al interior de éste y hubo de esperar a que llegase el segundo. Una vez llegó a la tercera planta del hospital rápidamente localizó la habitación 315 junto a un carrito lleno de bandejas de comida con sus características tapas de color azul. Marta pasó sintiendo un nudo en su estómago y sin saber muy bien cómo reaccionar.

-Buenos días, Marta. -Jordi la saludaba desde la cama, con una gran sonrisa- Te prometo que ésta es la última vez que llego tarde a una cita.

Los padres de Jordi, que se hallaban sentados en sendas sillas, uno a cada lado de la cama, dejaron sola a la pareja tras presentarse y saludar a Marta.

- ¿Qué te ha pasado? -preguntó Marta con cara de preocupación- Me quedé muy preocupada cuando me llamaron del hospital.
- Al cruzar por la avenida de Ramón y Cajal, en la esquina con la calle San Esteban un coche se saltó el semáforo y me atropelló. El conductor estuvo aquí ayer, vino a disculparse. -en su rostro se notaba un gran enfado-. Pienso poner una denuncia de todas maneras.
- Sabía que algo había pasado, era muy raro que ni siquiera contestaras al móvil. ¿Pero qué te has hecho? ¿Ha sido muy grave?
- El choque me rompió dos costillas y perdí el conocimiento por el golpe. Me han operado para recostruir las costillas, por eso sigo ingresado, pero no te preocupes, mañana me darán el alta.

Marta miraba a Jordi con lo ojos vidriosos y una expresión mezcla de alegría y tristeza. Había pasado una noche llena de preocupación, convencida de que algo malo había pasado, hasta que a las ocho de la mañana la secretaria del hospital llamó a su teléfono explicándole lo ocurrido. Por fin había pasado todo, Marta se acercó hasta a Jordi y muy despacito, con ternura, temerosa de no dañarlo le dio un gran beso.

sábado, 6 de enero de 2007

Bailar contigo

A veces escucho una canción bonita y me imagino que bailamos juntos, mirándonos a los ojos, sonriéndonos, partícipes de una comprensión que no precisa de palabras. Sabiendo que bailaremos otras veces de la misma forma, pero que cada vez que lo hagamos será diferente, ni mejor ni peor, diferente. Me gustaría contártelo, decirte que paso la vida imaginando bailar contigo, reír contigo, hablar contigo, pero tengo miedo. No miedo de perderte, sino de que sepas la verdad. Es una verdad celosamente guardada, tan secreta como nuestros bailes. Tan intensa como las canciones que bailamos. Tan triste como el último compás. A veces escucho una canción y me imagino que bailamos juntos.

martes, 2 de enero de 2007

El extraño caso del inspector Mendieta.

El inspector de policía Julio Mendieta, aparcó su coche en el número veintitrés de la calle Oslo y descendió de su vehículo acompañado por Manuel Torres, compañero suyo desde hacía cinco años, cuando le trasladaron al cuartel donde estaba ahora trabajando como inspector.

- ¿No es ésta la calle donde vivía el comisario?- Preguntó a Torres
- Pues me parece que sí, en fin, vamos a ver qué tenemos en el piso de ese canalla.

La pareja estaba investigando un caso de homicidio, al parecer se acusaba a Raimundo Fernández, jardinero de sesenta y tres años, de haber asesinado a su esposa, Eugenia Sanchís, presa de un ataque de celos.

Mendieta levantó el cordón policial que cruzaba la puerta del piso donde residía el matrimonio, y accedió a un recibidor de pequeño tamaño con un pequeño mueble coronado por un espejo, un perchero del que colgaban tres largos abrigos y un paragüero. El recibidor daba paso al salón donde los policías se detuvieron. Al parecer, el cadáver de Eugenia había sido hallado en aquella estancia. Sobre una mesa de madera rodeada por seis sillas se podían ver varias fotos de la pareja. Mendieta cogió una y se detuvo a mirarla.

- Me suena esta cara, Torres, tengo la impresión de haberlo visto en alguna parte.
- No sé en qué lugar habría podido coincidir un jardinero de sesenta y tres años contigo -replicó Torres con un semblante más serio de lo habitual- te pasas el día trabajando o viendo a Maica.
- No seas exagerado, Torres. Es cierto que últimamente nos pasamos todo el tiempo juntos, pero es que tenemos mucho agobio, ya sabes, tenemos que organizar nuestra boda.

Estaba seguro de haber visto antes a aquel hombre, pero no podía recordarlo. Mendieta se dirigió al baño y empezó a registrar un botiquín buscando algo que no logró encontrar, seguidamente comenzó a registrar los cajones del mueble del lavabo y comenzó a mirar por todas las habitaciones cada vez más apresuradamente.

- ¿Qué buscamos?- dijo Torres.
- Insulina, jeringas, agujas, cualquier cosa así. Eugenia Sanchís era diabética así que es extraño que en la casa no haya nada de eso, ¿no crees?
- ¿Era diabética?
- Claro, ¿no recuerdas? Según parece su marido cambió la insulina por veneno, fue así como murió.

Mendieta registró el armario de la habitación de matrimonio y observó todas las prendas, su semblante se mostraba aún más serio que antes.

- ¡Qué extraño! Raimundo Fernández era jardinero y no encuentro ningún mono de trabajo en su armario. Además, todo lo que hay aquí son trajes italianos, no parece la ropa que suelen vestir los jardineros.

La reacción de su compañero en esta ocasión se limitó a un encogimiento de hombros, así que Mendieta volvió al salón donde se detuvo pensativo y comenzó a pasear por la habitación desde un extremo hacia otro, como en las películas de detectives.

- Si no hay insulina, ni ropa de jardinero, ni veneno, sólo puedo llegar a una conclusión- dijo finalmente- ésta no es la casa de Raimundo Fernánadez. Alguien nos ha dado esta dirección y ha colocado las fotos sobre la mesa del salón, pero por qué iban a hacer eso. En la comisaría deben tener el domicilio correcto de Fernández, voy a llamar a...

Antes de que pudiera terminar la frase, Torres le agarró ambos brazos y le colocó unas esposas. Encañonado con una pistola lo obligó a sentarse en una silla, donde ató sus brazos y cuello al respaldo de la misma, impidiendo todo movimiento.
- ¿Pero qué pasa?- preguntó Mendieta, asustado- ¿Qué coño está pasando aquí, Torres? ¿Por qué me haces esto?
- ¡Calla inspector!- contestó Torres en un tono seco y autoritario.

Mendieta podía escuchar como cada vez entraban más personas a la habitación situándose detrás de la silla donde se encontraba, lo cual lo asustaba aún más. No podía girarse a verlos porque tenía los brazos y el cuello atados al respaldo de la silla. Ahora acababa de recordar de qué le sonaba la cara de Raimundo Fernández, era el agente Ortega, pero estaba maquillado y con una peluca para que pareciese un hombre mayor y canoso. cada vez estaba más confuso.

-¿Quiénes son esos? ¿Qué me vais a hacer? ¿Ortega también está metido en esto? -su voz cada vez era más nerviosa.
- ¡He dicho que te calles ya!- contestó Torres furioso.

De repente una música comenzó a sonar y por la puerta situada en frente de Mendieta entró una joven vestida con uniforme de policía. Mendieta no la conocía, no la había visto nunca en comisaría. La mujer llevaba el uniforme más ceñido de lo habitual, marcando unas perfectas curvas. Le desató el cuello de la silla bailando a ritmo de la música, lo cual, dejó aún más perplejo al inspector, al girarse vio a todos sus compañeros de comisaría que gritaron al unísono.

- ¡Feliz despedida de soltero, inspector Mendieta!
- ¡Mierda casi me muero del susto!- dijo tras soltar una carcajada- ¡Os dije que no contrataseis a ninguna stripper!