jueves, 15 de febrero de 2007

Vapor

El día que se evaporó la humanidad, yo salía de la tetería saboreando una galleta de coco. El ambiente se volvió sofocante, y de repente, de una forma muy lenta, todo se convirtió en vapor. Desaparecieron las casas, los grandes rascacielos del centro, los libros, cuadros y esculturas; desparecieron los poemas, canciones y romances, los petroleros, las cartas de amor de los quinceañeros, las estaciones de tren, las partituras de bellísimas canciones y la humanidad toda desparecieron vaciando el mundo de guerras, hambre e injusticias.
Lejos de asustarme, me sentí profundamente relajado, pues la visión fue espectacular. Siempre soñaba que el mundo se resquebrajaba tras un fuerte estrépito que causaba llantos y pánico, pero esta visión del mundo convertido en vapor era sublime, era perfecta.


De pronto caí en la cuenta de que me hallaba solo en mitad de una llanura desierta, así que decidí caminar en busca de un sitio donde guarecerme. La tarde cedía paso a una noche fría y yo me hallaba en mitad de una tierra árida donde la naturaleza apenas acababa de comenzar su reconquista, así que debía apresurarme y encontrar un lugar donde hubiese comida, refugio y alimentos, y debía hacerlo lo antes posible. Me decidí a caminar hacia el oeste, más por azar que por intuición y reparando sorprendido en el hecho de que mi ropa se hubiera escapado de la vaporización del mundo.
Dos horas más tarde, encontré a lo lejos a alguien que al igual que yo caminaba rápido hacia el oeste, así que decidí aproximarme. Era un chico de mi edad más o menos, con el pelo negro y rizado. Una pequeña perilla asomaba debajo de su labio inferior causando la sensación de ser una sombra diminuta en su cara, una sombra proyectada por su propio rostro para adornarse.

-Hola, -me dijo- al fin se cumplió la maldición.

Pensé que tenía la peor suerte del mundo, que para un superviviente que encontraba resultaba ser un chiflado.

-Resulta extraño que ni siquiera te preguntes qué ha sucedido, Jorge. Nunca dejas de sorprenderme.
- ¿Cómo conoces mi nombre? - Resulta que el chiflado me conocía, las cosas iban de mal en peor, ahora pretendería que me tragase aquella historia de la maldición.
- Eso no viene al caso, Jorge -me miraba muy seriamente-. Lo que importa ahora es que sepas el porqué de lo que ha sucedido -Algo en él captaba mi atención, pensé que podría tener razón porque realmente no actuaba como un loco y yo acababa de ver cómo se evaporaba el mundo, luego no era el mejor momento para ponerse en plan escéptico-. La historia comienza en el siglo XV cuando Isabel fue desterrada de su ciudad, debido a sus prácticas de magia, ya sabes, adivinación, pociones, curas para enfermedades y toda esa mierda. Isabel, despechada por haber sido alejada de su amante, se vengó maldiciendo a la humanidad. Todos los hombres y sus creaciones se convertirían en vapor tras pasar seiscientos años, salvo aquellos que amasen de verdad a alguien.
-Eso no tiene sentido -increpé-. Yo no me he evaporado y no estoy enamorado de nadie. No son más que tonterías.
-No, tú no te has salvado por eso, Jorge. Tú te has salvado porque te amo yo a tí. De ahí que conozca tu nombre. Nos conocimos en el cumpleaños de Alberto, el de tu instituto. Yo iba con él a clases de inglés y me invitó, desde ese día no he dejado de pensar en tí.
-Aún no me lo termino de creer, no tengo palabras. -Sollozé con voz temblorosa. Después, un gran silencio se abrió entre nosotros- ¿Y ahora qué? -pregunté finalmente-.
-No lo sé. Si quieres, ven conmigo, tal vez encontremos a más gente como nosotros, no sé. Me encantaría que vinieras conmigo, pero eso depende de tí.

Decidí acompañarlo, después de todo me había salvado la vida, no tenía derecho a abandonarle así, sin haberme esforzado en conocerlo siquiera.
Seis meses tardé en comprenderlo, no permanecí en el mundo porque Carlos me amase, sino porque yo, aun sin saberlo, le quería tanto como él a mí. La maldición de Isabel consistía en eso, sólo aquellos que amasen a alguien evitarían el destino de convertirse en vapor y yo era uno de esos seres afortunados.
Llevo doce años viviendo con Carlos en Ciudad Isabel. Las pocas personas que tenemos la suerte de conocer el amor nos agrupamos y construimos esta nueva ciudad donde de nuevo se escuchan cuentos, poemas, canciones. De nuevo la gente vuelve a crear y a construir el mundo, pero esta vez todos estamos enamorados.

6 comentarios:

Scarlett dijo...

Que bonito mundo sería ese...

el_Vania dijo...

Y tanto!
Me ha encantado la belleza en medio de la tragedia. Y es un final digno para la humanidad... o para el "grueso" de la humanidad. Y algo así tendrá que pasar, está claro. Antes de acabar con el mundo, el mundo acabará con nosotros.
Saludos Eilen!

Anónimo dijo...

Tenemos una amiga en común que hoy cumple años, si quieres felicitarla pasate por esta dirección

http://www.lacoctelera.com/angelsinalas/post/2007/02/16/felicidades-sakkarah#comentarios

Anónimo dijo...

Amar salva...Sí. El amor es un motor, lo es todo, y por lo tanto logra todo.

Muchos besos.

Javier Luján dijo...

Ese tenía que ser el mundo donde habitar, un mundo para la felicidad y no para el dolor y las injusticias. Un mundo mucho más espiritual.
Saludos, eilen y que seas muy feliz en Ciudad Isabel.

Eilen dijo...

scarlett: Sí, sería todo muy pasteloso, pero muy bonito a la vez. Un beso.

el_vania: Es un final justo, como tú dices es el mundo el que tendría que acabar con nosotros y no al revés.
Saludos.

anglesinalas: Acabo de leer hoy el comentario, así que llego tarde a la felicitación. Muchísimas gracias por avisarme, espero que sakkarah no se enfade por el retraso.

sakkarah: Hace poco escuché otro cuento en el que decían que sólo había una cosa capaz de acabar con el amor: la rutina xD.
Muchísimos besos y felicidades.

capitán pescanova: Desde luego sería un mundo donde no horrorizaría contemplar a las personas y ver las cosas que hacen. Aunque de existir una Ciudad Isable, no creo yo que me tocase a mí vivir en ella :(
Saludos, capitán.