martes, 24 de abril de 2007

Timos

O'Brien se mostró aquel día más alegre que de costumbre, y es que no era para menos: había conseguido vender el coche más caro del concesionario, y muy por encima de su valor real. Nadie se lo explicaba, ya que este vehículo era tan difícil de vender, que todo el mundo le llamaba el Imposible. Podéis imaginar la alegría del vendedor cuando su cliente se decidió por aquella compra ¡Si hasta su jefe le felicitó! Pero lo que más le alegraba a O'Brien, no era haber conseguido deshacerse del Imposible, sino la comisión que iba a llevarse, porque daba la casualidad de que había gastado una fortuna en un telescopio, un capricho que tenía desde hace tiempo, y que había terminado con sus ahorros. Cuando lo vio subastado en Internet, tuvo que pujar fuerte por él, para que no se lo arrebatara una tal Julia, que también estaba interesada en comprarlo.
Necesitaba, por lo tanto, encajarle el Imposible a aquel esnob, y le resultó mucho más fácil de lo que pensó al principio. Sospechó, tras conversar brevemente con él, que le daría igual pagar una cantidad disparatada por un producto que le hubiera entrado por los ojos. Era lo que en el argot se llamaba un primo. Justamente lo que necesitaba, un gran primo.
Por su parte, Winston se sentía también muy feliz, se había comprado un cochazo. Ya se veía llegando al trabajo, con su flamante deportivo, ante sus compañeros boquiabiertos. Sería la admiración de todos, y todo gracias a un simple coche. Así era la gente. No le admirarían nunca por su habilidad para jugar al ajedrez, ni por su corazón generoso y amable, ni siquiera por sus esfuerzos diarios, que mantenían la empresa a flote. En cambio, aquel coche sería el centro de todas las conversaciones.
Normalmente no se hubiera comprado un capricho tan caro, pero, por suerte, acababa de salirle bien un negocio: había colocado un telescopio, por el doble de su valor, a un pringao que se dedicaba a la venta de automóviles.

domingo, 15 de abril de 2007

Fuera

Sin más, no quiero verte.
Recorro temeroso los escasos metros
que nos separan.
Tengo miedo de tí.

Eres relámpago, torbellino,
puntiagudo puñal,
reproche vengativo, violenta inquisición.
Eres cal viva, hiel,
la mirada vidriosa de un niño enfermo.
Eres enfado, rabia contenida,
ejército salvaje que sobre mí se lanza,
daga envenenada,
plomo fundido que sobre mi pecho se vierte.
No te basta con hacerme daño,
te gusta hacerme sentir culpable.
Eres la rosa envenenada que mis dedos pincha,
la pérfida conspiración de una bruja de cuento.

Me duele tu insistente presión,
tu voz en la distancia,
tu risa, tu mente toda,
el ruido de tus ya lejanos pasos,
me dueles tú y me duele tu visita.
No quiero verte, sin más.