miércoles, 20 de diciembre de 2006

Gabriela

Ricardo permanecía con la mirada fija ante la pantalla de su ordenador evocando la imagen de su hija Gabriela al descender del tren. Gabriela venía a verle todos los años para celebrar el día de su cumpleaños desde que se fue a vivir a Holanda y siempre se quedaba unos días con él. Lo que más le gustaba cuando iba a recogerla a la estación era cómo siempre aparecía absorta en una novela y con su brazo apoyado contra la ventanilla enseñando su preciosa sortija de brillantes. La sortija, que había sido un regalo de un antiguo novio suyo, siempre la acompañaba a todas partes porque Gabriela adoraba conservar todos los objetos que le trajesen algún recuerdo especial.
Cuando el reloj del ayuntamiento tocó las once, Ricardo salió de su letargo y sobresaltado empezó a comprobar que todo estuviese preparado para la llegada de su querida hija. Primero se apresuró al cuarto de Gabriela, que aún mantenía la decoración que tenía cuando ella abandonó la casa y vio que estaba limpio y ordenado, después corrió a la cocina y abrió la nevera observando que estaban todos los ingredientes que necesitada para cocinar la lasaña de verduras que tanto le gustaba a su niña. Ricardo necesitaba que todas las cosas estuvieran preparadas siempre, era un hombre muy perfeccionista y además, no se hubiera podido perdonar que tras un viaje tan largo como el que tenía que realizar su hija, ésta se viera privada de su lasaña de verduras, no, aquello sería una desfachatez.
Tras terminar la limpieza de la casa y asegurarse de haber colocado una caja repleta de bombones de licor encima de la mesita del salón, Ricardo consultó nuevamente la hora. El reloj de pulsera de Ricardo, que ya tenía las correas cuarteadas debido al paso del tiempo, marcaba la una en punto. Como aún faltaban treinta minutos para la llegada de su Gabriela, Ricardo resolvió que iría dando un paseo hacia la estación de ferrocarriles que quedaba a tres manzanas del viejo piso donde ya hacía diez años que Ricardo vivía solo. Así me entretendré hasta que la niña llegue, pensaba.
Ricardo, cogió su abrigo gris y su bastón y dirigiéndose a la calle dejó tras de sí el mercado municipal, el café donde solía pasar las tardes con sus amigos, el teatro y enfiló la calle de la estación donde pasó sin mirar junto a una tienda de televisores cuyos escaparates estaban llenos de pantallas. Pantallas de todos los tamaños, formas y precios que podían imaginarse que emitían el avance informativo. En él aparecía un accidente de tren y de fondo se veían algunos cadáveres, uno de ellos pertenecía a una joven que lucía una preciosa sortija de brillantes.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Se queda en suspense...Eres muy buena narradora.

Gracias por haberte pasado y por porner mi blog aquí. Yo ya puse el tuyo.

Un beso.

Javier Luján dijo...

Dios, la de vueltas que puede dar la vida en cualquier momento.
Un saludo.

Anónimo dijo...

Eilen, por lo q veo eres de Alcalá al igual q yo, lo cual me hace pensar q igual te conozco ¿es eso cierto? Si no es asi gracias x pasarte x mi blog, voy a leerme el tuyo en breve.

Eilen dijo...

Lo primero, muchísimas gracias a tod@s por visitar mi blog, me ha hecho mucha ilusión.
A sakkarah, decirle que soy un chico, no una chica, jajajaja.
Y a Luca que soy de Alcalá efectivamente, pero no creo que te conozca, a no ser que te llamen de alguna otra forma creo que no.
¡Muchos saludos y felices fiestas a todos!
¡Y muchísimas gracias por la visita!

Anónimo dijo...

Chico guapo, feliz Navidad. Perdona por equivocarme.

Muchos besos.

Anónimo dijo...

Chico guapo, feliz Navidad. Perdona por equivocarme.

Muchos besos.

Anónimo dijo...

Chico guapo, feliz Navidad. Perdona por equivocarme.

Muchos besos.

Scarlett dijo...

Lo he leído y m daban ganas de llorar, pero me parece un buen final,me ha gustado;)

Eilen dijo...

Me alegro de que te haya gustado, la verdad es que sí que es un poco triste. Pero a veces también hay que contar historias tristes.