domingo, 17 de diciembre de 2006

Mirada

Aún recuerdo cuando me crucé con su mirada. Era una tarde otoñal, de esas en las que el sol desaparece demasiado pronto para dejar un ambiente oscuro y triste.
Estaba caminando de forma apresurada, esquivando el gentío que aquel día se encontraba paseando por las calles de la ciudad. Todos andábamos ensimismados, dando vueltas en nuestra cabeza a nuestros pensamientos. Algunos, los que paseaban en grupo, caminaban todo lo lento que podían, como si no quisieran llegar nunca al final de aquel viaje y desearan seguir andando eternamente. Otros, los que íbamos solos, caminábamos rápido, todo lo rápido que permitieran nuestras piernas, hasta el punto de que el resto de las personas que había en la calle suponían obstáculos que impedían nuestra marcha.
Justo mientras me colaba entre los miembros de una familia que se situaban delante mía la vi. Fue como si sus ojos tuviesen alguna extraña propiedad magnética que hizo que los míos se detuvieran en ella. Nos mirábamos fijamente, como embelesados, hablándonos con los ojos sin necesidad de recurrir a las palabras. No olvidaré jamás aquella mirada. Era intensa, profunda, como si quisiera entrar dentro de mí. Éramos dos desconocidos y sabíamos que no volveríamos a vernos otra vez, lo único que importaba era ese fugaz instante en el que nuestros ojos abandonaron el pavimento para detenerse en los del otro y contemplarnos.
A veces busco esa mirada entre la gente, intento encontrarla y poder disfrutar otra vez de ese momento que un día, como por arte de magia viví mientras caminaba.

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